La Capilla de San Sebastián
Todo fue comenzar el siglo XVI, cuando se dieron en nuestro lugar las condiciones idóneas para el alumbramiento de una nueva población, llamada con el tiempo a protagonizar un amplio espacio de nuestra historia local con acontecimientos que habían de resultar transcendentes por su profunda influencia en tiempos posteriores.
Una población que ya creemos que existía desde antaño, pero que a partir de este momento consigue carta jurisdiccional como lugar de realengo con justicias y regimientos propios, aunque éstos en un principio fueran dependientes de la superior jurisdicción de la ciudad de Sevilla.
El nuevo lugar, que oficialmente fue bautizado con el nombre de Villafranca de la Marisma, justifica su nacimiento, según testimonio de la propia ciudad de Sevilla, en los beneficios y mejoras que habían de suponer este nacimiento para ciudad hispalense, para su tierra y para la corona: «Considerando que mientras más villas e lugares se poblaren e edificaren en la tierra e término de al dicha ciudad es más noblescimiento de ella y es servicio del rey e de la reina…»
Efectivamente, el 24 de noviembre de 1501 el Concejo de la Ciudad de Sevilla otorga Carta de Poblamiento para la fundación de la nueva villa, en la que se fijan las condiciones, beneficios y exenciones de las que gozarán los nuevos colonos que a ella vengan atraídos por la sugerente oferta del cabildo sevillano.
Desde el primer momento de la otorgación de la Carta de Poblamiento, el cabildo sevillano dotó a la nueva población de los equipamientos e instalaciones necesarios para la vida cotidiana: agua, casa del cabildo, cárcel, pósito, mercado…
Es de suponer que entre estos «servicios» debería estar también incluida la construcción de una capilla a las afueras de la población: un lugar sagrado, donde los vecinos pudieran satisfacer sus necesidades espirituales y donde pudiesen demostrar a Dios su gratitud por cuanto de Él recibían.
Esta capilla, entonces más bien ermita, la consagraron aquellos primeros pobladores de Villafranca de la Marisma al glorioso y bizarro San Sebastián, insigne capitán de las legiones romanas, mártir por su fe en tiempos del emperador Diocleciano y que, precisamente por su oficio militar, gozaba de todas las simpatías de aquellos pobladores, hombres que en su mayoría serían soldados licenciados de la Guerra de Granada que habían aceptado la oferta de cambiar la espada por el arado.
La capilla, de pobre y sencilla construcción aunque no exenta de gracia arquitectónica, tenía sus paredes de tapial, el mismo sistema constructivo que se empleó en las primitivas casas de los colonos, aprovechando los materiales que proporcionaba el entorno. Estaba en descampado, aproximadamente a unos doscientos metros al norte del núcleo de la población y su forma era rectangular, siendo sus dimensiones no muy amplias.
Los materiales empleados en su construcción, así como el hecho de que durante mucho tiempo el edificio permaneciese cerrado por estar alejado del caserío y sin ventilación por carecer originariamente de ventanas, fueron las razones principales de que este humilde templo haya sufrido a lo largo de sus siglos de existencia, casi de forma continuada, los efectos inexorables de las inclemencias del tiempo, tanto en su techumbre como en sus muros, por lo que no han sido pocas las ocasiones en las que ha tenido que ser objeto de reparaciones importantes para evitar su progresivo deterioro e incluso su derrumbe definitivo.
Muchos de estos trabajos que incuestionablemente hubieron de realizarse no se pueden concretar hoy día por falta de documentación relativa a ellos, pero si otros, sobre todo a partir del XIX, de los que ya sí se tienen noticias concretas.
Así, de las sucesivas reparaciones de que se tiene constancia, podemos destacar una primera llevada a cabo por D. Fernando Parejo, quien la comenzó en vida siendo continuada por sus herederos a su muerte en 1852. La obra entonces consistió en la reparación y embellecimiento del templo, costeando además la reforma del viejo retablo principal.
En 1889, D. Antonio Alfaro, Cura Párroco a la sazón de Santa María la Blanca, mandó abrir las dos ventanas laterales para procurar la ventilación del artesonado de la techumbre con la colocación de unas tirantas de hierro que todavía hoy se pueden apreciar. Además, mandó colocar dos pequeños púlpitos, que nosotros hemos llegado a conocer, en los dos extremos del presbiterio.
- Andrés Bellido, también Cura Párroco de Santa María la Blanca, se vio obligado a reparar nuevamente la ermita en el año 1911. Las obras ahora consistieron en reforzar el muro que daba al patio, hoy almacén. Dentro del conjunto de estas obras se incluyó el agrandamiento del altar de San Miguel.
En el año 1925, nuevamente D. Andrés Bellido se vio obligado a mandar reparar los tejados y agrandó el porche que existió delante de la puerta de la capilla hasta que con la urbanización de la calle San Sebastián, ya en la segunda mitad del siglo XX, éste desapareció definitivamente.
En 1927, Dª. Anda Saldaña Garzón, mandó hacer una profunda obra de reconstrucción, dotando al recinto de techo nuevo, alicatando todas sus paredes con zócalo de cerámica trianera, mandando colocar un pavimento nuevo y restaurando todos sus altares.
(…)
Como las condiciones de humedad, que originan y acentúan el hecho de que el edificio permanezca mucho tiempo cerrado, aunque atenuadas en los últimos tiempos siguen existiendo, las últimas grandes obras de restauración y conservación obligadas se llevaron a cabo en los últimos años se llevaron a cabo en los últimos años del siglo XX. Concretamente en el año 1998.
Hoy, tras esta muy importante obra de consolidación, la capilla ofrece un aspecto magnífico a quienes la visitan.
En cuanto a su interior se refiere, no siembre ha ofrecido la misma ordenación ni el aspecto que actualmente tiene. De sus altares y retablos podemos decir lo siguiente:
En los primeros tiempos de la construcción de la capilla no existía en ella retablo alguno en su altar mayor. Solamente una hornacina en el centro del muro frontal, que servía como humilde camarín a la imagen de Ntra. Sra. de los Remedios la cuál, según se desprende de cuantos documentos hacen referencia a este templo, debió tener en aquel lugar preferente su ubicación desde tiempo inmemorial.
Los primeros datos documentales sobre la existencia de un retablo se remontan al año 1731, fecha en la que, en un documento existente en el Archivo Municipal de nuestro pueblo referente a una liquidación de cuentas del antiguo Concejo de Villafranca de la Marisma, aparece una nota del tenor siguiente:
«Se pagaron 118 reales al maestro Pedro Esteban Torres y Rivera, vecino de Sevilla, por su trabajo de haber compuesto el retablo de la ermita de San Sebastián, única iglesia de esta villa en donde se celebra el santo sacrificio de la Misa»
Conviene señalar que, según se desprende de la indicada nota, el trabajo de referencia había sido ejecutado el año anterior, en el que además había quedado éste colocado a satisfacción de todos.
Se desconocen totalmente las dimensiones y características de este primitivo retablo, construido en los años en que más enfrentados estuvieron las dos villas de Los Palacios y de Villafranca de la Marisma, siendo precisamente la principal de las causas de la discordia entre ambas el contencioso que mantuvieron durante casi cien años por el deseo de los villafranqueses de conseguir la consagración al culto ordinario de la capilla y la oposición frontal a ello por parte de las autoridades tanto religiosas como civiles de la otra villa, que alegaban para justificar su negativa que ya era suficiente para estos menesteres religiosos con la Iglesia de Santa María la Blanca, que venía siendo desde tiempo inmemorial parroquia con jurisdicción eclesiástica en las dos poblaciones.
Suponemos que no se libró este primer retablo, como la mayoría del escaso mobiliario y demás enseres de la capilla de las inclemencias temporales, por lo que con el paso de los años su deterioro debió ser tan notable que hubo de acabar en estado ruinoso e inservible.
Desde luego no existe constancia de cuándo pudo acontecer esto último, que evidentemente concluiría con la eliminación del mencionado retablo y el retorno de la imagen de la Virgen de los Remedios a su antigua hornacina.
De lo que sí se tiene constancia es de que en el año 1852, con motivo de una importante restauración de la capilla, se levanta un nuevo retablo que es el que ha llegado a nuestros días. De éste podemos decir que en un principio se trataba de un altar de tres cuerpos, en el primero de los cuales estaba situada la calle central, presidiéndolo desde un camarín, la imagen de Ntra. Señora, estando escoltada a su derecha por una imagen de San Ginés y a su izquierda por otra de San Antonio. En el segundo cuerpo, ocupaba la calle central un imagen de Jesús Resucitado, flanqueada a derecha e izquierda respectivamente por otras de los de San Juan Bautista y San Roque. La parte central estaba coronada por un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús a modo de tercer cuerpo.
Además del altar mayor, en la capilla siempre existieron otros altares. En el muro de la izquierda, según se entra al recinto, y ya en el presbiterio, desde la fecha remota en que fuera fundada la Hermandad de la Santa Vera Cruz, siempre ha existido un altar en el cual, sobre un dosel escarlata, se ha dado culto a la imagen de Cristo crucificado, como actualmente se sigue haciendo. Durante siglos fue costumbre celebrar misa cada domingo en este altar. (…)
Esta imagen de Cristo crucificado siempre ha sido la que igualmente ha presidido la estación de penitencia que la citada hermandad ha venido realizando durante cinco siglos a la Iglesia Parroquial de Santa María la Blanca.
Sobre la repisa de madera –siempre cubierto por un paño blanco de encajes- que hacía de mesa de altar, a los pies del Crucificado, existió desde muy antiguo una talla en madera de pequeño tamaño de la Virgen de los Dolores que todavía hoy se conserva.
En el muro de la derecha, también en el presbiterio y junto a la puerta que daba acceso a la sacristía, recibió culto durante centurias la venerada imagen de San Sebastián, Patrono de la antigua Villafranca de la Marisma. La imagen estuvo primero en otra repisa en la pared, pasando después a un pequeño retablo procedente de la destruida Capilla de Jesús. Esta talla en madera policromada como de un metro de altura, también bastante antigua, fue restaurada en el año 1895. Hoy se encuentra en el altar mayor.
Otros altares menores eran el de San Miguel, construido en los primeros años del siglo XX al agrandar otro anterior construido en 1894, para albergar la preciosa imagen del santo arcángel donada por D. Miguel Barrera y el de la Virgen de la Encarnación, imagen que llegó a esta capilla procedente de la de Santa Lucía en la primera mitad del siglo XIX.
Ya en época más reciente, últimos años del pasado siglo XX, se levantó un nuevo retablo destinado a ser presidido por la imagen de Ntro. Padre Jesús Cautivo, obra destacada del excepcional escultor sevillano Juan Manuel Miñarro, que pese a su aún corta estancia en nuestro pueblo, goza ya de gran devoción entre la población.
Como complemento de lo relacionado, los muros de la ermita siempre estuvieron adornados con la existencia de cuatro grandes óleos ricamente enmarcados que representaban respectivamente a Santa Catalina de Siena, San Cristóbal, San Francisco de Asís y la Mujer Samaritana. De ellos, el primero ya no existe o, al menos, no cuelga en las paredes del templo.
Extraído de «La Hermandad de la Vera Cruz de Villafranca de la Marisma», de D. Antonio Cruzado González. (2013), Cronista Oficial de Los Palacios y Villafranca.